En esta oportunidad, Pablo Millas compartió con Pablo Ortúzar, de los Institutos de Estudios de la Sociedad; Nicolás Del Valle, del Centro Análisis e Investigación Política; Claudio Alvarado, de IdeaPaís y Nicolás Valenzuela de Sentidos Comunes.
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¿Una política sin distinciones?
*Publicada el 2007, Artefacto. Revista de Crítica política y cultural, Nº10, 2007, año 3.
La dimensión semántica, como propia del lenguaje humano, se refiere principalmente a las significaciones de las palabras. Se preguntarán a qué me refiero. De cierta forma la semántica vendría a ser la gama de significados que rodean a una enunciación o significante. Y como toda relación social se construye sobre la base del lenguaje humano, la semántica cubre un gran, sino todo, el espectro de la vida humana.
Lo importante de lo anterior es que la semántica es lo que entra en juego cuando lo «que se dice» expresa o no realmente «lo que se quiere decir»; cuando lo que decimos tiene, o no tiene, relación directa con el significado que nosotros queremos enfatizar. La semántica enriquece el lenguaje, no tan solo con una gran gama de significados que se asocian a un acto, palabra o discurso, sino también con incoherencias, chistes en doble sentido e, incluso, la posibilidad de ironizar sobre algunas cosas de la vida.
Ahora, si bien es evidente, luego de lo que se dijo líneas mas arriba, la política se caracterizaría particularmente por tener «mucha» semántica. Muchas veces algunos dirigentes políticos «dicen algo», pero, luego de recurrir a la semántica, dicen que eso «no es lo que querían decir». Por otro lado, muchos políticos realizan acciones en aras «del bienestar de la gente», pero extrañamente son mal interpretadas y se le asocian significados completamente opuestos al «bienestar social» (con mi ironía, soy yo quién apela ahora a la semántica). Podría seguir, pero no quiero extenderme en demasía. Lo relevante de la cuestión es que se podría decir, desde este ángulo, que la política se caracteriza por una «hiper-semántica», o a lo menos, de una gran gama significaciones que pueden ser comprendidas, a lo menos, como diferentes.
Con todo ¿Qué quiero decir con esto? Hace ya algunos días atrás tuve la oportunidad de ver un breve entrecruzamiento de argumentos entre el ex candidato presidencial de Renovación Nacional, Sebastián Piñera, y el cientísta político Alfredo Joignant. Todo esto en el marco de un programa de televisión del departamento de prensa de TVN.
En tal ocasión, el cientísta político se refería a la coalición gobernante como «Concertación» mientras que a la coalición opositora la denominaba como la «Derecha». Frente a la distinción hecha por Joignant, el ex candidato presidencial argumentó en contra, diciendo que la distinción entre ambas coaliciones debe ser por sus respectivos nombres (Concertación y Alianza), ya que si se identificaba a la Alianza con la Derecha, la Concertación debía identificarse con la izquierda. ¿Qué tienen de novedoso o de controversial lo anterior? Según Joinant la Concertación no es una coalición típicamente de izquierda, sino más bien de «centro-izquierda». Aquí es donde entra en juego la semántica, pues la contra argumentación lanzada por el político es que «si hablamos de centro-izquierda, también debemos hablar de centro-derecha», equiparando la comparación. Pero ¿Qué significa lo anterior?
Lo que aquí entra en juego, la semántica, no es una simple utilización de tal o cual concepto, pues lo que hay tras la conversación, independientemente lo que uno puede opinar sobre la posición sobre uno u otro, permite realizar una reflexión más o menos significativa sobre la política y lo político.
Lo que sucede tras la discusión de estos personajes es una disputa por el «centro» del espectro entre izquierda y derecha. Por un lado, el Sr. Joignant, al hablar de «concertación y derecha», incorpora el sector de centro a la concertación, excluyéndolo de la derecha. Por otro, el Sr. Piñera hablaría de «centro-derecha», atribuyéndole a la derecha cierta cualidad del centro político. Ambas posturas concuerdan en algo: El centro del espectro político tiene gran relevancia para la realización de las propuestas de ambas coaliciones.
Si bien la aseveración hecha en el párrafo anterior parece ser verdad ¿Acaso no parece obvio que el centro político es una variable crucial a la hora de competir por el Poder en la política chilena? Es cierto, puede que sea verdad, pero es una verdad trivial, como decir que «2+2=4».
Lo interesante de la discusión es que podría reflejar la constante política centrista que ha caracterizado en la actualidad a la política tradicional chilena. Orientación que al acercarse al centro del espectro político, dificulta la identificación entre lo que vendría a ser la izquierda y la derecha. Esto nos lleva a otra interrogante ¿Existe un eje diferenciador entre la izquierda y la derecha, además del obvio rol histórico que han tenido los partidos políticos entorno a uno u otra posición? por lo menos de manera superficial, y de buenas a primeras, la respuesta sería negativa.
Al parecer este estatus difuso entre izquierda y derecha, concuerda con las posturas de ir «más allá» de la llamada política entre izquierda y derecha, superponiendo a las cuestiones técnicas por sobre las políticas. Buscando amplios consensos, evitando así un conflicto que incomode a la «clase dirigente». Por otra parte se suele asociar este discurso centrista, particular de la «tercera vía» formulada por Giddens -y expuesta en cierta medida por Blair- o esta izquierda «renovada» de los noventas.
Lo que se intenta plantear es que esta concepción de lo político, que trata de arrasar con el conflicto y el antagonismo, acercándose a posturas consensuadas y centristas, termina por disociar el carácter conflictivo de la política democrática. Logrado así, «vaciar de significado» a conceptos como izquierda y derecha. Lo cierto es que dicha perspectiva termina por concebir acuerdos en un «gran» número de ámbitos, y no sólo en algunos considerados como esenciales, encerrando el debate y el antagonismo entre dichos puntos de consenso. Puntos de consenso que aumentan acorde al desplazamiento de la política chilena hacia el centro.
En efecto, las relaciones identitarias y de poder que constituyen la política democrática son marginadas hacia lo «indebido», entendiendo estas formas y luchas de poder como ilegítimo; no por nada aparecen políticos, negando el rol constitutivo del Poder, esgrimiendo que el «Poder corroe las instituciones políticas».Esta concepción «consensuada» de lo político podría cristalizarse en un impedimento de los cuestionamientos, configurando así una perspectiva en el «sentido común» de carácter monocromático y unidireccional en cuanto a la realidad política.
La copia feliz del Edén: Neoliberalismo y Piñerismo
*Publicada Abril 2011, Artefacto. Revista de Crítica política y cultural
El cambio de gobierno en Chile dejó al descubierto un sinnúmero de problemas a lo largo de la sociedad. Esto último, no sólo debido a sus estrategias políticas, sino, además, por sus errores y por la naturaleza de todo cambio de gobierno. En términos generales, el diagrama neoliberal instalado por la dictadura militar y perfeccionado por los gobiernos de la concertación ha llegado a una situación sin precedentes, pues sus posibilidades de sofisticación, a manos de la derecha chilena, son aún mayores. De modo que: instalación, perfeccionamiento y sofisticación.
El neoliberalismo en tanto diagrama de poder que cruza la sociedad, no tiene como objetivo último limitar la intervención en el mercado, sino más bien producir equilibrio y homeostasis social. Un sistema de protección social en un marco neoliberal a lo Bachelet es la mejor evidencia. Esta característica ha quedado de manifiesto con la ayuda a la banca luego de la crisis económica de 1983 en Chile o con la crisis suprime en EEUU y la intervención de Obama. Quizás éste fue una de los mayores refuerzos de los gobiernos de la Concertación: perfeccionar los mecanismos de control, ya no mediante la represión explícita y cotidiana vivida en dictadura, sino ahora mediante la introyección del miedo, el aumento del bienestar material en la población y la absorción de los conflictos y resistencias mediante las instituciones democrática-liberales.
Así las cosas, Piñera y sus tripulantes se ubican sobre un país gobernable. Sobre el sistema político, ya no es necesario modificar el sistema electoral binominal, puesto que en las últimas elecciones la alianza entre partidos oficialistas y el partido comunista sirvió de contención a las protesta de cambio del sistema electoral, pues ¿para qué cambiar un sistema, si gran parte de la izquierda extraparlamentaria, ya tiene representación parlamentaria? ¿Para qué cambiar el sistema, argüiría el gobierno de derecha, si los excluidos ya fueron incluidos? Asimismo, la constitución Chilena, que aparece librada de enclaves autoritarios luego del maquillaje del gobierno de Ricardo Lagos, sigue sosteniendo, en lo medular, un modelo de poder neoliberal: un principio de subsidiaridad que rige el rol del Estado.
En cuanto a la dinámica, el discurso piñerista reafirma el mantenimiento del equilibrio y la negación de los conflictos y resistencias. Se extiende un discurso estigmatizador del sujeto popular a partir de enunciaciones del delincuente o lo criminal y enfatizando la centralidad de la seguridad en la política de gobierno. Eslóganes como “la tercera es la vencida”, “la puerta giratoria” o la resignificación del pasado 29 de marzo, día del joven combatiente, en “día del joven delincuente” son los mejores exponentes de esta estrategia retórica. De esta manera, se instalan distintos modos de subjetivación en torno a la delincuencia y se posibilita un conjunto de prácticas represivas y preventivas en torno al espacio público. Los mecanismos de producción de este discurso son, además de los aparatos políticos por excelencia (partidos políticos, políticos profesionales, centros de estudios, etc.), los medios de comunicación. Por un lado se infunde temor y, por otro, de justifica la intervención policiaca o militar con fin mantener el orden, el equilibrio, el estatus quo.
La cultura y la política son los grandes perdedores de esta historia. Mientras que distintos medios de comunicación introyectan el morbo y el miedo a grandes escalas con programas de espectáculos, crímenes o problemas privados de las personas, la industria cultural arrasa con la publicidad y el marketing sobre músicos, actores, creativos y artistas en general. La política no sufre menormente. El espacio público se reduce, la contestación por parte de los sectores dominados disminuye, la resistencia es absorbida. Es hora, como habría dicho Jorge Alessandri Rodríguez, de la “revolución de los gerentes”; es decir, sujetos acomodados con afinidad al cálculo económico y matemático o, en palabras de Piñera, personas de carácter “técnico”. El reflejo en las carteras ministeriales es claro: 77% fueron estudiantes de la Universidad Católica, el 72% son ingenieros de profesión y el 63% de los ministros son socios de empresas. La cuestión queda manifiesta, la llegada de Piñera, sea planeado o no, da cuenta de su relación íntima con el negocio y el avance de una “forma de pensar” centrada en los medios y no en los fines. Es la mercantilización de la política y de la cultura el proceso detrás del cambio de gobierno. En definitiva, el neoliberalismo chileno ha inaugurado una nueva era, esa edad de Oro tan apetecida por los empresarios: el día en que nuestros sacerdotes modernos, los economistas, gobiernen un país como Chile.